En contra de la obsesión victimista y etnocéntrica por identificar privilegios, y a favor de un feminismo de la equidad
En 2017 todos vivimos en burbujas de pensamiento, más o menos reducidas, que en cualquier caso cuesta esfuerzo agrandar o reventar. Por eso, leo y escucho casi con más interés a los feministas de género (los de la interseccionalidad y el heteropatriarcado, la identidad sexual vaporosa y la justicia social, para entendernos) que a las voces heterodoxas con las que me suelo identificar más: feministas de equidad, liberales en su sentido viejo, pensadores que ponen siempre al individuo por delante del grupo y que incorporan las conclusiones de la psicología evolutiva y de la ciencia en general.
Entre los primeros, Barbijaputa se ha ganado una posición como referente español en los últimos años. Su vertiente del feminismo sintetiza algunos de los aspectos que — en mi opinión — están más alejados de un feminismo moderno, realista, científico, humanista y con vocación global.
La última columna de Barbijaputa en eldiario.es se titula «¿¡Qué privilegios!?» (2 de febrero de 2017). Si su «lista que menciona estudios irrefutables» pretendía demoler con datos las críticas que muchos hacemos a esta cuarta ola del feminismo, más bien pareciera que el artículo lo hubiese redactado un adversario suyo. Es una lista perezosamente corta, selectiva, llena de agujeros y fácilmente rebatible.
Además — y aunque esto no es novedad — su argumentario hace honor a la vocación parcial y polarizadora de tantos otros posts, vídeos y tuits: con estas ideas, los feministas de género contradicen su pretendido enfoque igualitario y confirman la misandria que les inspira. Casi nunca reservan un hueco, ni un pensamiento, para las posibles miserias que el sexismo, o la sociedad moderna, o la vida, ¡o el universo!, reservan con prioridad para los niños y los hombres. He aquí algo que nos diferencia de los palmeros de la corrección política postmoderna (algunos de los cuales enfrentan serios problemas no ya para diagnosticar la realidad, sino para expresarse correctamente en español): los feministas de la equidad reconocemos las limitaciones injustas que aún sufren las mujeres (incluso en el siglo XXI, incluso en Occidente), y nos sumamos a algunas de las denuncias y medidas que se proponen para combatirlas. No ocurre así en sentido contrario.
Este último artículo de Barbijaputa en eldiario.es es tan pobre que sorprende. Es un anti-manifiesto tentador incluso para un comentarista moderado, invisible a los medios, sin plataforma y con muy poco tiempo para estas guerras.
Como cumplo todos los requisitos mencionados arriba, me permito responder. Lo hago siguiendo exactamente el guión del artículo original, punto por punto, e ignorando las muchas tangentes y derivadas que se me ocurren, y que podríamos traer a colación para equilibrar su lista de agravios femeninos con más contundencia aún.
1. Discriminación laboral en la universidad
Para ilustrar este «privilegio masculino» Barbijaputa se fija en EEUU. Blande un estudio hecho con 127 profesores universitarios hace cuatro años y medio. La conclusión del mismo es que los profesores tienden a contratar menos, valorar peor, y ofrecer peor salario a las mujeres frente a los hombres; en ratios de aproximadamente 4:5.
También en EEUU, hace menos de dos años, y a través de cinco experimentos distintos que involucraron a 873 profesores de 371 universidades en todos los estados de la unión, Williams y Ceci detectaron un prejuicio mucho más robusto (de aproximadamente 2:1) a favor de las mujeres candidatas. Es más: su trabajo se centró en facultades de STEM («science, technology, engineering, maths»), precisamente las que están en el punto de mira de algunos feministas por presunta misoginia institucionalizada.
Es fácil imaginar por qué podría darse esta discriminación positiva hoy en día: desde hace ya años hay tal concienciación en la sociedad sobre la supuesta discriminación machista en el trabajo y la «brecha salarial», que al menos los segmentos con más educación y más sensibilizados (como el de los profesores universitarios) pueden estar ya corrigiéndola «en exceso». (Mientras que la discriminación en sentido opuesto, la que perjudica a las mujeres, seguramente pervive en otros sectores profesionales y estratos de la sociedad.)
Algunos fragmentos del artículo en CNN, que a su vez resume el estudio:
«National hiring audits, some dating back to the 1980s, reveal that female scientists have had a significantly higher chance of being interviewed and hired than men. Although women were less likely to apply for jobs, if they did apply, their chances of getting the job were usually better. […] What we found shocked us. Women had an overall 2-to-1 advantage in being ranked first for the job in all fields studied. This preference for women was expressed equally by male and female faculty members. […] In some conditions, women’s advantage reached 4-to-1. […] Even with no frame of reference provided by a comparison with other candidates, women were rated higher and seen as more hirable than identically qualified men. […] Anti-female bias in academic hiring has ended. […] The low numbers of women in math-based fields of science do not result from sexist hiring, but rather from women’s lower rates of choosing to enter math-based fields in the first place.»
No defiendo este estudio, ni otros similares, como definitivo; ni estoy seguro de que pueda aplicarse sin más a España o a otras áreas profesionales. Pero creo que sirve para volverse más escéptico acerca de los resultados en sentido contrario, y para eliminar la tentación binaria de afirmar que todas las víctimas de la discriminación laboral son del mismo sexo.
2. Brillantez más asociada a los hombres
Barbijaputa cita un estudio (otra vez estadounidense) que «reveló que es a partir de los seis años cuando las niñas [y los niños] comienzan a relacionar brillantez con el género masculino».
Lo que no menciona, siendo una conclusión del mismo estudio, es que también a partir de esa edad las niñas y los niños comienzan a relacionar «niceness» (simpatía, amabilidad) con el género femenino, y que además ese sesgo está más acentuado que el de la brillantez.
Y no es el único sesgo a favor de las niñas: «older girls were actually more likely to select girls as having top grades than older boys were to select boys».
Algunos concluyen que este prejuicio, que asocia la inteligencia a los hombres, es un «privilegio masculino» que debe ser denunciado e — imagino — corregido sin vacilación mediante discriminación positiva e ingeniería social, en aras de la justicia ídem. Por qué los prejuicios complementarios (que asocian a las mujeres atributos distintos, pero también universalmente positivos) no son inmorales ni peligrosos ni merecen siquiera mención, Barbijaputa no lo aclara.
Los sociólogos conocen bien el efecto «women are wonderful», o «sesgo profemenino». Y los seres humanos en general lo entendemos a través de la experiencia cotidiana: los políticos saben que defender explícitamente a niños y hombres es sospechoso, venden ayudas para mujeres, y ocupan mucho más tiempo en reivindicar a viudas con pensiones no contributivas, madres solteras, o represaliadas por la dictadura, que a mineros silicosos, soldados lisiados, obreros muertos en el tajo, padres separados de sus hijos, mendigos o suicidas. Afirmar que «las mujeres son más inteligentes que los hombres» no se considera sexista (¡!), ni se cuestiona la falta de evidencia que respalde tal afirmación: es puro virtue signaling y como tal está más que bendecido por la ortodoxia políticamente correcta.
Seguramente las niñas (y los niños) se construyen una imagen sesgada del talento o de la inteligencia. También es posible que asuman que una mujer es en general más amable, cuidadosa, bondadosa, altruista, honesta que un hombre («si las mujeres gobernasen el mundo, se acabarían las guerras»; «las mujeres lideran mejor porque son más conciliadoras»…). Cualquier hombre que alguna vez se haya sentado solo en el banco de un parque, se haya permitido una sonrisa de ternura observando cómo juegan unos críos frente a él, y haya registrado miradas de alarma a su alrededor, sabe que estos estereotipos afectan a los dos sexos. Cualquier chico adolescente que se haga ilusiones planeando un verano de au pair para aprender idiomas y asuma que esa opción no está vedada automáticamente a su sexo, entiende que la discriminación es para todos.
También del estudio: «a pesar de que el estereotipo que empareja la genialidad con los hombres no coincide con la realidad […]». Puede que la realidad sí coincida. Está comprobado que hay más variabilidad en el cociente intelectual de los hombres que en el de las mujeres. Es decir, los hombres tienden a repartirse más entre idiotas y genios, mientras que las mujeres se concentran más en el centro de su campana de Gauss. «In many traits, men show greater variance than women, and are disproportionately found at both the low and high ends of the distribution. Boys are more likely to be learning disabled or retarded but also more likely to reach the top percentiles in assessments of mathematical ability» (Pinker). Además, el cerebro de los hombres tiende a ser mayor; no solo en términos absolutos, sino también en proporción al tamaño del cuerpo. Todo esto explicaría, al menos en parte, que tendamos a visualizar la genialidad como un atributo «más masculino». Pero no teman. Esta no es una afirmación sexista (aunque solamente por ser una conclusión objetiva, basada en evidencias, estaría exonerada de tal acusación), ya que su corolario satisfará a los detractores: la estupidez también es «de hombres». Como dice Camille Paglia, «there is no female Mozart because there is no female Jack the Ripper».
3. Pocas profesoras universitarias
Es cierto: hay pocas mujeres dando clase e investigando en la universidad, y aún menos dirigiendo departamentos o las propias universidades. Por motivos parecidos, sospecho, que hay pocas mujeres dirigiendo empresas.
Las buenas noticias son que todos los indicadores de educación en España auguran, desde hace unos años, que la tendencia va a cambiar por completo. La superioridad femenina en la educación (en número de matrículas, en ratios de fracaso escolar, en resultados académicos) empezó en primaria y secundaria, y lleva ya unos años instalada también en la universidad.
Estas son estadísticas oficiales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para el curso pasado (2014/2015):
- Pruebas de acceso a la universidad: 22'9% más mujeres matriculadas que hombres, y 21% más de mujeres superan la prueba [fuente].
- Grados y ciclos: 18'3% más mujeres matriculadas que hombres. Hay un 190% más de hombres en ingeniería y arquitectura, pero más mujeres en todas las demás ramas. Incluido un 127% más de mujeres en ciencias de la salud [fuente].
- Máster: 14'3% más mujeres matriculadas que hombres; desequilibrio similar en ingenierías y ciencias de la salud [fuente].
- Doctorado: ligeramente (1'47%) más hombres matriculados que mujeres. A pesar de eso, más mujeres completan la tesis doctoral (0'319% más que hombres en términos absolutos; diferencia un poco más acentuada todavía en proporción al número de matriculados de cada sexo).
- Profesorado no universitario (infantil, primaria, secundaria, bachillerato, educación especial): 136% más profesoras que profesores [fuente]. Es decir, que entre los cero y los dieciocho años, niños y niñas tienen más del doble de referentes femeninos que masculinos delante de sus pupitres. Si la escuela y el instituto dejan un poso o una visión del mundo en los alumnos por mor del sexo de los docentes (consciente o subconscientemente), este sesgo tiene que ser claramente femenino. Lo cual, a su vez, contribuye a explicar que las clases sean hoy en día entornos más adaptados a las chicas, y que a éstas les vaya mejor en ellas que a los chicos.
La educación es uno de los entornos más «feminizados» de la sociedad. Si estas tendencias se siguen propagando por el sistema educativo, hacia enseñanzas superiores primero, y luego hasta la propia docencia (como parece), es cuestión de poco tiempo que la supuesta discriminación se invierta. Con cierto decalaje, los resultados se van notando también en el mundo de la empresa. Van quedando menos huecos de predominio masculino en estas estadísticas: en pocos segmentos de edad, en pocas ramas del conocimiento, en pocos ámbitos.
«Gender disparities in teacher grades start early and uniformly favor girls. In every subject area, boys are represented in grade distributions below where their test scores would predict.» [fuente]
Barbijaputa se mofa del «es que a ellas les gustan otras cosas» como explicación única de por qué hay mayoría masculina en los departamentos de las universidades. Y tiene razón, porque perduran actitudes machistas en todas partes, y ahí también. Pero es oscurantismo puro negar la evidencia empírica de que niños y niñas manifiestan intereses y habilidades innatos diferentes y que por eso el grial de la paridad (falsa paridad, paridad selectiva, porque ésta no se reivindica en profesiones donde hay tradicionalmente más mujeres que hombres) es irrealizable. Y probablemente, también indeseable.
«Anyone who so much as raises the question of innate sex differences is seen as “not getting it” when it comes to equality between the sexes. The tragedy is that this mentality of taboo needlessly puts a laudable cause on a collision course with the findings of science and the spirit of free inquiry.» [Pinker]
4. Medicina androcentrista
Barbijaputa nos recuerda que la medicina tiende a considerar por defecto a varones blancos como el objetivo de sus investigaciones, y el modelo sobre el que probar sus tratamientos. Y que mueren más mujeres por enfermedades cardíacas, contrariamente a lo que muchos asumen. Otros problemas de salud, como las enfermedades mentales, también matan más a las mujeres.
Y a pesar de eso, la mayoría de los indicadores de salud pública, en sus tres vertientes (mental, física y social) favorecen hoy en día a las mujeres.
La última encuesta sobre las personas sin hogar del INE (2012) indica que hay un 308% más hombres que mujeres entre los sin techo. Más del cuádruple de hombres que de mujeres.
Los hombres siguen corriendo un riesgo muy superior de drogadicción, incluyendo tabaquismo y alcoholismo.
Consecuencia, en parte, de todo ello, es que un 202% más de hombres que de mujeres encuentren motivos para suicidarse, y lo consigan. Tres veces más.
Por si esto fuese poco, y siempre según el INE, los hombres mueren más frecuentemente que las mujeres por todas estas causas: accidentes de tráfico (222% más hombres), accidentes domésticos, caídas, ahogamientos, incendios (84'4% más hombres), envenenamientos, sobredosis, sida (214% más hombres), hepatitis, complicaciones quirúrgicas y negligencias médicas; entre otras. ¿Por cáncer y tumores de todo tipo? El cáncer parece una enfermedad femenina… Pero no: 56'5% más hombres mueren de cáncer que mujeres.¿Por homicidio? Siendo las mujeres más débiles físicamente, y con el machismo que impera, uno esperaría que en España se matasen al menos tantas mujeres como hombres… Tampoco: 73'3% más hombres que mujeres son asesinados cada año.
Mueren más hombres de cáncer de colon (6.964 en 2014) y casi tantos de cáncer de próstata (5.863) como mujeres de cáncer de mama (6.231), si bien es cierto que estas enfermedades se dan típicamente a distintas edades y que sus consecuencias prácticas pueden ser diferentes. Aun teniendo eso en cuenta, ¿son remotamente proporcionales el espacio informativo, la concienciación social, la empatía que suscitan los enfermos, y el gasto médico que se dedica?
Los accidentes laborales también afectan más a los hombres (un 126% más) y, sobre todo, matan a muchísimos más hombres (1.460% más hombres muertos que mujeres: más de quince veces más).
Las mujeres viven un 6'87% más de media que los hombres: 85'4 años frente a 79'9.
Incluso la tasa de riesgo de pobreza (que uno esperaría fuese más alta para las mujeres por discriminación social, menor nivel educativo, menor salario, mayor índice de paro, etc), es ya, desde 2012, ligeramente más alta en hombres que en mujeres (hasta hace menos de una década, ésta era consistentemente superior en las mujeres, en al menos dos puntos porcentuales).
Seguramente la salud sea el segundo ámbito más «feminizado», y estadísticamente las mujeres se ocupan más de su propia salud y de la de los que tienen a su alrededor, y dedican más tiempo y más dinero a ello: «health researchers know that women take better care of themselves». Como consecuencia, las compañías farmacéuticas y de cosmética tienen más incentivos para desarrollar productos para mujeres.
La mal llamada «tasa rosa» es, probablemente, una consecuencia del distinto interés que hombres y mujeres dedican a su salud y a su apariencia física, y a las cualidades de los productos que compran. Si realmente las cuchillas de afeitar de hombres y mujeres son idénticas excepto por el color, algunas mujeres están pagando libremente un sobreprecio por el color rosa frente al azul. Y no hay nada de injusto en un sobreprecio que uno asume motu proprio a cambio de algo que valora subjetivamente (prueba de ello es que algunos hombres pagarían un sobreprecio a cambio de evitar el color rosa). Si hombres y mujeres pusiesen la misma dedicación e invirtiesen los mismos recursos en el cuidado de su piel, o bien los hombres pagarían más por las cremas para mujeres (supuestamente mejores), o las mujeres se contentarían con cremas más baratas (las dirigidas a hombres).
Como pasa en la escuela, a lo largo de nuestra vida es estadísticamente más probable que veamos y escuchemos a mujeres (profesionales o no) hablando y decidiendo sobre nuestra salud y la de otros. Así que — ya lo siento — es mala estrategia adentrarse en este departamento en busca de supuestos «privilegios masculinos».
5. Sexualidad
Empecemos por aquello en lo que estamos de acuerdo con Barbijaputa: «En unos países, como Sudán del Sur, [las mujeres agredidas] son condenadas al ostracismo. En otros, como Arabia Saudí, son castigadas con latigazos o encarceladas por “adúlteras”.»
Bravo. El párrafo entero debería seguir en esta línea, y no habría nada que objetar.
Sin embargo: «En el ámbito de la sexualidad, no es nada nuevo que el género masculino es el que, no sólo se salva de padecer acoso sexual, violaciones, etc., [si estamos de acuerdo en lo principal, ¿por qué arruinar una idea que es correcta usando términos absolutos? Nadie está “a salvo” de ningún tipo de violencia; tampoco los hombres], sino que es el perpetrador. [añadir aquí: “…con más probabilidad”.] A este hecho hay que añadir el privilegio que disfrutan los hombres cuando al denunciarse una agresión las culpadas son las mismas mujeres. En España basta con insultarlas en redes sociales, ponerlas en duda o preguntarle en el juicio si cerró bien las piernas.»
Nada más lejos de la realidad: en España, ahora, todos nos volcamos en contra del maltrato a las mujeres: la opinión pública en masa, los medios de comunicación con seguimientos detallados, los políticos en sus declaraciones. Los que en las redes sociales culpan a una víctima de la violencia doméstica que sufre son la misma proporción minúscula de imbéciles que culpan a un mendigo de la paliza que le dan unos skin heads. El 92% de los españoles decían (hace cuatro años; probablemente el porcentaje es más alto hoy) que «la violencia ejercida por un hombre hacia su mujer o ex-mujer, pareja o ex-pareja», es «totalmente inaceptable». En 2015 murieron 60 mujeres por este motivo, y el año pasado fue el mejor de la serie histórica, con 44 víctimas mortales (aproximadamente una víctima por cada millón de habitantes). En EEUU, los casos de agresión sexual y violación han descendido un 63% en los últimos veinte años. Es una mejora tan rápida que es imposible (matemáticamente) que durante los próximos doce años la curva continúe descendiendo al mismo ritmo.
Y: «No podemos olvidar tampoco que los hombres son los consumidores de prostitución [añadir aquí: “…mayoritariamente”] mientras que las mujeres son quienes la ejercen masivamente. [Añadir aquí: “…desgraciadamente, en muchos casos, contra su voluntad”.] Está normalizado socialmente que los hombres se crean con el derecho de poseer los cuerpos de las mujeres.»
De nuevo, muchos tenemos una percepción diametralmente opuesta: nunca antes había estado tan claro en la conciencia colectiva que las mujeres son libres, y que sus cuerpos y su sexualidad no pertenecen a nadie más que a ellas mismas.
Es difícil comparar series históricas de agresiones sexuales a mujeres para disipar este alarmismo, porque solo recientemente en nuestra historia la sociedad en su conjunto ha asumido que una bofetada o una violación dentro de cuatro paredes son inmorales o delictivas. Las tendencias, si nos remontamos más allá de unos pocos años, están distorsionadas porque las definiciones han cambiado radicalmente (como pasa ahora también con el acoso escolar). Pero también es difícil negar los enormes avances recientes y, sobre todo, la dirección en la que se está progresando.
6. Brecha salarial
Este es un viejo caballo de batalla que ha sido víctima de imprecisiones metodológicas y de confundir correlación con causalidad, aunque parece indudable que hay algo de cierto en ello. Por resumir: en democracias occidentales subsiste una discriminación salarial neta pequeña, aunque la mayor parte de la brecha que habitualmente se airea (las mujeres, en general, ganan en torno a un 17% menos que los hombres, según Eurostat y según el INE) se explica por medio de terceras variables que nada tienen que ver con discriminación por parte de los que contratan y pagan a los trabajadores (sino con diferencias en nivel educativo, experiencia laboral previa, tipo de contrato, duración de la jornada, desempeño profesional, habilidad negociando el contrato, etc). La propia lógica del capitalismo invalida la hipótesis de la discriminación machista: los empresarios no pagan voluntariamente un sobrecoste del 20'5% (supuestamente, el salario de un hombre con respecto al de una mujer) si pueden contratar a otro trabajador más barato con las mismas cualificaciones, habilidades y nivel de productividad.
Aún así. Cita Barbijaputa de un artículo del World Economic Forum: «el mundo tardará otros 118 años (hasta 2133) en cerrar la brecha económica por completo». Vayamos a la fuente, y leamos la nota de prensa completa: «La brecha de género se sitúa ahora en un 95%, a un 5% de la igualdad. Esto supone una mejora del 92% con respecto al 2006.» 92% de mejora. En menos de una década. «A nivel mundial, 25 países han cerrado la brecha por completo.»
En España por fin se están dando pasos prometedores para tener pronto permisos de paternidad y de maternidad equitativos, que reducirán discriminaciones laborales por maternidad, y permitirán a los padres disfrutar y cuidar de sus recién nacidos en iguales condiciones. (Por cierto, mientras llegamos a esa situación, lógicamente hemos de asumir que también es un privilegio de los hombres el que las mujeres tengan derecho a una baja más larga).
En cuanto al «techo de cristal», éste tiene una contrapartida — a veces — en el «suelo de cristal»: con la excepción del trabajo sexual, se encuentran muchas menos mujeres que hombres en trabajos insalubres, peligrosos, ingratos o con estigma social (pescadores; operarios de plataformas petrolíferas; mineros; trabajadores en altura; operarios de maquinaria pesada; trabajadores en altos hornos; trabajadores en centrales energéticas; equipos de rescate, socorro y desactivación; basureros; bomberos; vigilantes de seguridad; guardaespaldas; antidisturbios; policías; militares profesionales; soldados de leva; enterradores; trabajadores del campo y de la construcción; estibadores). En la misma línea, la sociedad y el estado ponen menos interés en salvar a los hombres de situaciones miserables (mendicidad, adicción a drogas, tabaquismo, alcoholismo, ludopatía, conductas destructivas), y la justicia discrimina fuertemente a favor de las mujeres (por ejemplo, en EEUU «after controlling for the arrest offense, criminal history, and other prior characteristics, men receive 63% longer sentences on average than women do; […] women are […] twice as likely to avoid incarceration if convicted»).
Dice Barbijaputa: «Podríamos seguir ahondando en muchos otros campos, pero es obvio que quien no lo haya aceptado llegados a este punto, no lo hará porque esta lista sea más larga.»
Que aportase una lista más larga y rigurosa habría sido de agradecer, sí. Pero si su intento ha fallado en convencernos, no es solo por su brevedad: los argumentos contenidos en el artículo son simplistas, maniqueos, ofensivos para las decenas de millones de mujeres en el mundo que necesitan de un verdadero feminismo, e insensibles a los problemas de la otra mitad de humanidad.
Un ejercicio para casa: ¿cuántos argumentos de peso, cuántas injusticias y atropellos contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, habría podido enumerar Barbijaputa si solamente hubiese pensado en otras clases sociales, razas, naciones, en lugar de mirarse complaciente en el ombligo de la España sofisticada de 2017?
Este post tampoco pretende ser exhaustivo: cualquiera que haya estado vivo puede enumerar fácilmente muchas más afrentas de distinto calibre, en uno y otro lado, y apuntarse tantos donde corresponda (como hemos demostrado Barbijaputa y yo mismo). Mi propósito con este artículo ha sido:
- Ilustrar por qué la obsesión victimista y unilateral del feminismo de género (especialmente del más vociferante, como el de Barbijaputa) es a menudo pueril y contraproducente; equivoca el enfoque, yerra los diagnósticos y propone no-soluciones que perjudicarían tanto a hombres como a mujeres.
- Promocionar enfoques humanistas, como el del feminismo de equidad:
«Contemporary feminism has taken a wrong turn. In my view, the noble cause of women’s emancipation is being damaged in at least three ways by the contemporary women’s movement. First, today’s movement takes a very dim view of men; second, it wildly overstates the victim status of American women; and third, it is dogmatically attached to the view that men and women are essentially the same.»
El feminismo debe ser proporcionado, sensible al sufrimiento de las mujeres que están fuera de las islas privilegiadas de las naciones prósperas y democráticas. El feminismo debe aplaudir a individuos libres y fuertes, y juzgar a cada persona según méritos (no accidentes congénitos) individuales (no colectivos). Debe hablar lo primero, y con contundencia, de sufrimientos femeninos que son órdenes de magnitud más graves que las cuitas cotidianas de las mujeres occidentales. Debe apestar a cualquier integrista o teócrata que aplaste a las mujeres, y no caer en la tentación del buenismo multiculturalista ni del relativismo moral.
Queremos un feminismo no sectario que — por ejemplo — denuncie a Boko Haram como lo que es: una organización devastadora principalmente para los niños y los hombres de Nigeria y de otros países, a los que masacra, tortura y esclaviza sistemáticamente ante el silencio del famoseo internacional, además de cometer otros crímenes con niñas y mujeres.
El feminismo debe hablar a veces, también, de sufrimientos masculinos. Hay que abandonar el marco de referencia maniqueo e hiperbólico («heteropatriarcado», «micromachismos», «terrorismo machista», «¡alto! parad ya de matarnos»), en favor de vocabularios que denuncien la violencia y la falta de libertad, para todos y sobre todo.